El antiguo territorio persa, actualmente ocupado por Irán, atravesó un período de gran crecimiento y expansión durante los siglos XIV y XVI, principalmente bajo el dominio de las dinastías Timurid y Safavid. Durante estos dos siglos de soberanía y prosperidad, se han construido cientos de miles de mezquitas y palacios —edificios simbólicos y religiosos que han atraído a más y más creyentes y han establecido nuevos destinos de peregrinación en el país. Sin embargo, entre las innumerables estructuras icónicas construidas hasta finales del siglo XVI en Irán, no muchas han sobrevivido hasta nuestros días. En este contexto, los pocos manuscritos antiguos conservados son una rica fuente de información que nos ayuda a comprender la complejidad y la inmensidad de la arquitectura persa.
Pasando de gloria a ruina en un par de siglos, gran parte de todo el esplendor arquitectónico de una de las civilizaciones más importantes que el mundo haya visto nacer y florecer se reduce hoy a unos pocos manuscritos de Shahnameh, dispersos en la actualidad, además de libros ilustrados y poemas representativos de esa época. Inesperadamente, las escasas imágenes que ilustran las páginas de estos sagrados volúmenes y libros, son hoy el principal testimonio de la grandeza de la arquitectura islámica de antaño.
A diferencia de la representación precisa del arte renacentista occidental, los artistas de Timurid y Safavid retrataron sus edificios de una manera muy estilizada. Esto no quiere decir que no hayan descubierto el uso de la perspectiva, al contrario. Pero a pesar de su familiaridad con este tipo de representación, prefirieron ilustraciones bidimensionales. De esta manera, podemos percibir en estas imágenes un gran cuidado con la representación de los detalles y la materialidad del arte y la arquitectura.
En estas pequeñas ilustraciones, sin embargo, el esfuerzo por describir las estructuras construidas va acompañado de una cierta abstracción de la lógica espacial explícita. Lo que se revela es una idea de cómo podrían ser las cosas, y no exactamente cómo fueron en realidad. El resultado de esto son imágenes de ricos colores que estimulan nuestra imaginación al omitir detalles precisos. En estas ilustraciones ricamente decoradas, se pueden identificar claramente los cuatro componentes principales del arte islámico: caligrafía, diseños florales, elementos geométricos y figuras humanas; componiendo imágenes vibrantes que sugieran la función y uso del espacio. Los diferentes patrones y texturas, a su vez, nos hacen pensar en los diferentes materiales que recubren las superficies así como sugerir una posible disposición y organización del espacio interior.
Aunque estas pequeñas ilustraciones por lo general ocupaban el tamaño de media página de un cuaderno, eran tan profusamente detalladas como las paredes de un palacio o el techo de una mezquita. La imagen es plana, bidimensional, pero aún hay una clara alusión a la profundidad del espacio retratado, que se logra mediante el uso de diferentes patrones y ritmos. Cuando nos encontramos con una de estas ilustraciones, nos encontramos envueltos en un espacio atmosférico, observando cada detalle. Es como si pudiéramos escanear el espacio con nuestros ojos, una sensación de estar inmersos en la superficie de la hoja de papel.
La riqueza de este legado permanece viva hoy, como podemos ver en el trabajo artístico de muchos artistas y arquitectos iraníes, quienes, independientemente del dominio de las técnicas de representación precisas, continúan explorando virtuosamente la imprecisión y profundidad de planos aparentemente bidimensionales.
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